martes, 28 de diciembre de 2010

Apología al Cortometraje Peruano




Este es un texto que envió Rosita Rodriguez a Cinemaperu. Lo posteo aquí porque me parece importante. El cortometraje, claro que es cine. Solo que Carlos Raffo no lo sabe.


Si hoy, 28 de diciembre, no se da marcha atrás en la aprobación de la Ley de Masificación, probablemente releguemos al amaterurismo total al cortometraje peruano, formato que nos ha dado tantas satisfacciones y que ha llevado el nombre del Perú a los lugares más lejanos e insospechados, además de ser cantera de nuevos directores y guionistas sin contar con que es el espacio ideal de formación y práctica de profesionales en lo técnico y artístico.

La noticia sería más que entristecedora, inoportuna ya que por primera vez, gracias a los dispositivos móviles (smartphones, iPad, tabletas, libros electrónicos, etc.) y la masificación -en este caso sí- de la TELEVISIÓN DIGITAL y la aparición de nuevos canales por donde sólo transitaba un canal analógico, los CORTOMETRAJES podrían encontrar su particular MODELO DE NEGOCIO, sobre todo el cortometraje documental. Eliminar el artículo 24º de la Ley sería una decisión poco inteligente que nada tiene que ver con el MERCADO.

Esta decisión nefasta también atenta contra las motivaciones ESTÉTICAS para promover el cortometraje. Con frecuencia conversábamos con Javier Rebollo, ganador de la Concha de Plata del Festival de San Sebastián 2009 por “La mujer sin piano”, sobre lo irracional de esperar que un cortometrajista necesariamente tenga que rodar un largometraje para ser considerado “director”. Si un cortometrajista tiene éxito con su primer corto, lo lógico es que ruede casi de inmediato y al calor de la buena reputación ganada por el corto, su primer largo. Lo ilógico de la lógica. Javier, gran lector de Ribeyro, entendía perfectamente estas razones al decir que nadie en su sano juicio habría exigido a don Julio Ramón una gran obra novelística ya que “La palabra del mudo”, al ser una vasta antología de cuentos, no podría ser considerada LITERATURA con mayúsculas. Nadie con dos dedos de frente habría cuestionado la aversión de Borges por la novela ni ninguneado las breves líneas de Monterroso con el argumento de que el CUENTO es el pariente joven, aprendiz, preparatorio de la NOVELA. Craso error.

En nuestro país la afrenta al cortometraje sería mayor ya que durante décadas fue el formato en el que los cineastas peruanos, que en todo su derecho respaldan la Ley de Masificación, contaron sus primeras historias e incluso se lanzaron al largometraje, tal es el caso de “Cuentos Inmorales” (1978). Para otros, el cortometraje en los cines durante los setenta y ochenta fue la gran incógnita de cómo era eso de hacer cine peruano. Nunca olvidaré al chicle indomable que aterrorizaba a un niño en sus pesadillas o los bellísimos documentales sobre escritores peruanos que se presentaron en una muestra de cortos en 1991, cuando los cineastas se identificaban por el NOSOTROS y coincidían en la Asociación de Cineastas del Perú.

Espero sinceramente que la Ley de Masificación no se apruebe, no se promulgue, regrese a donde debe estar: a una mesa de redacción conformada por expertos en políticas culturales, representantes de los cineastas y todos los actores sociales del sector. Está llena de errores y es una mala ley. Lo mantengo, lo reafirmo y esta vez, haciendo una apología por el cortometraje peruano.

Para terminar, comparto con ustedes el cuento más corto del mundo, lleno del sentido del humor de este gran escritor que fue Monterroso y que de tan pequeño decía que no le cabía ninguna duda y que además de eso, se pasaba todas las críticas por alto:

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Una elipsis más larga que la que existe entre la herramienta de los homínidos y la nave espacial en Odisea 2001 de Kubrick.

Saludos cortísimos

Rosa Sophía Rodriguez

martes, 13 de enero de 2009

Hojas de Olivo


Justificar masacres de gente inocente en nombre del fin del terrorismo no es más que permitir el peor de los terrorismos, el terrorismo de estado.

El pueblo Palestino lleva años de años siendo dominado y maltratado. Su dolor es causado, ironicamente, por un pueblo que también sufrió muchísimo. No soy capaz de explicar este fenómeno, que no es el de la introyección del verdugo, o el de Estocolmo.

Desde mi subjetividad crítica, puedo ver que el gobierno gringo y la Onu son cobardes y sospechosos, ya sea por callar, por retirar ayuda, por no ayudar lo suficiente o por involucrar sus propios intereses.

Pero no sé lo suficiente sobre la guerra, no la he vivido, ni de lejos. Solo sé que esos niños, mujeres y varones que mueren se parecen mucho a nosotros. El mismo color de piel, los mismos ojos. Quizás idealizo una cultura árabe que aprendí a querer en Las Mil y una Noches. Quizás solo es lo que es; terror sin límites.

Moshe Dayan dijo:"más peligroso es Darwish que un bombardeo árabe". Y como mis palabras son pocas y torpes, copio a este poeta, uno de los mejores, que no sólo habla de la patria, pero esta vez sí. Porque también podríamos ser Palestina.

Carnet de identidad

Mahmud Darwish (1941-2008)
trad: V. H. Velázquez


Escribe: árabe palestino,
número tres cero cinco mil,
ocho hijos...el noveno
nacerá este verano...

¿Te tomas la molestia?
Escribe: árabe palestino,
trabajo con los míos
en aquella cantera,
y saco de las piedras
el pan, ropas, cuadernos...
No mendigo a tu puerta,
tampoco me prosterno ante tu umbral...

¿Te tomas la molestia?
Escribe: árabe palestino,
con un nombre común,
y muy paciente
en un país que está hirviendo de cólera...
Mis raíces
se hunden en los siglos,
antes del inicio de los tiempos
y aún los vegetales...
Mi padre, es familia del arado,
no de los banu-Nujub:
mi abuelo fue labriego
sin alcurnia ninguna.
Mi casa es una choza de cañas y ramadas.

¿Satisfecho?
tengo un nombre común.
Escribe: árabe palestino
de cabellos muy negros,
y los ojos castaños...

¿Señas particulares?
Un kuffiah en la cabeza
con turbante...
Son ásperas mis manos:
raspan a la que estrechan.
Me gustan
el aceite de olivo
y el tomillo...

¿Dirección?
Una aldea
perdida y arruinada,
con sus calles sin nombre,
sus hombres trabajando
el campo o las canteras...

¿Te tomas la molestia?
Escribe que soy árabe,
árabe palestino,
que tú me has despojado
las viñas de mi abuelo
y la tierra que araba con mis hijos.
Que sólo nos dejaste
estos pocos guijarros
que también tu gobierno
ha de tomar,
también...
Como te digo,
escribe... !vámos!...
en la primera página, muy claro:
que no aborrezco a nadie,
que a nadie le hago daño...
Pero si me despojan,
si me hacen pasar hambre...
ponlo esto muy claro:
como la carne de aquel que me despoja.
Ten cuidado...
Cuídate de mi hambre,
cuídate de mi ira,
de mi furia!

domingo, 4 de enero de 2009

ABUELO


Mi abuelo murió el 31 de diciembre del 97. Murió poco después del mediodía, justo cuando me disponía a tomar el carro que me iba a llevar de campamento a la playa, a recibir el año nuevo junto con mi mejor amiga y un par de chicos que conocíamos poco.
Yo contesté el teléfono, y no me atreví a dar la noticia, sólo le entregué el auricular a mi papá, con nervios y sabiendo que el sabía lo que le iban a decir. Mi abuelo tenía 97 años cuando murió en un hospital militar en manos de inexpertos, dice mi padre. Tenía 97 aunque en su partida dijera que nació en 1902. Había sobrevivido a 4 infartos, la cárcel, al Apra y a la muerte de mi abuela diez años antes. Y después de todo eso, sólo estaba un poco sordo.
Mi papá me abrazó y hablamos de él. Luego respondió a la pregunta que no me atrevía a hacerle.
Si, puedes irte a la playa -me dijo- Nosotros no creemos en velorios y tonterías.
Y me fui.
Tenía 16 años y creía en la diversión, en el sentido más burdo de la palabra. Creía en la playa, en el bronceado, en el año nuevo, quería tener novios y amigos y experiencias desenfrenadas que contar. También sabía que ante la muerte, un velorio no significaba absolutamente nada.
Antes de partir hice una parada en la morgue. Con todo el grupo esperándome en el carro. A nadie le importó y actuaron como si todo ello fuera normal. La soledad que me embargó en ese momento, ese día, es una sensación que recién ahora puedo identificar. En ese instante lo asumí naturalmente, las cosas pasan de tal forma y alguna gente muere y otra gente se comporta de determinada manera. Y así es. Y yo no creo en dios. Y los ritos no son necesarios. Y las tías con velos sobre la frente son guachafas. Y las flores podridas apestan. Y uno piensa en el ser que quiere en el momento en que puede. Y eso es todo.
Creo que ese día empecé a volverme dura. Después de ver a mi abuelo muerto sobre una camilla con los ojos abiertos y azules y lanzarme sobre él y chillar como una desquiciada; salí de la morgue y me fui a la playa.
Las fiestas de fin de año posteriores me fueron pareciendo cada vez más depresivas y angustiantes. Pero asumía esos sentimientos como propios de una estresada capitalina tercermundista obedeciendo al mandato de la diversión y el brindis, tratando de encajar desesperadamente en espacios que - hoy lo sé- no fueron hechos para mí. A cualquier psicoanalista de medio pelo le hubiera parecido obvio. Pero para mi no lo era.
Este 31 pasado, papá y yo fuimos al cementerio. No compré flores pero me robé algunas de una tumba cercana. El día estaba lindo, soleado y con mosquitos.
Dentro de mi cabeza -porque me dio vergüenza hablar fuerte- tarareé una canción, pensé más en mi abuelo que en mi abuela a pesar de verlos enterrados juntos y me pregunté a donde se va el amor cuando todo acaba. En que parte de uno hay que guardarlo, o en que parte del mundo. Pensé también en si mi miedo a la muerte iba a durar hasta el último segundo de mi vida porque si eso pasara el final sería terrible.
Al salir, mi papá me preguntó si quería que me jalara las patas después de muerto. Yo le quise decir que sí, pero no dije nada.
Después me fui a la playa.

martes, 30 de diciembre de 2008

lunes, 22 de diciembre de 2008

Primero, antes de acabar


Primera vez que escribo en un blog. 
Primera vez que creo uno. 
Me demoré, pues técnicamente no sabía como hacerlo. 
Y me parece un poco snob, un poco de moda, un poco algo que todo el mundo hace e invita a leer como si valiera la pena. 
Entonces es una rara contradicción. 
No creo que este espacio vaya a tener una temática particular, tampoco un público objetivo.
No sé si vaya a responder algún comentario (en el caso hipotético de que exista uno). 
No sé si vaya a escribir semanalmente, o mensualmente, o diariamente.
No sé si tratar este soporte como un diario, o como un lugar para escribir tonterías, cosas reales, cosas irreales, que normalmente podrían pasarme o que casi nunca pasan y quisiera que pasen.
O sólo como un espacio que reemplace al terapeuta al que ya no voy porque no puedo pagar.
No sé porqué estoy cambiando de línea cada vez que pongo un punto.

...
Me gustaría escribir, por ejemplo, sobre la decisión de dejar de tildar la palabra SÓLO. No sé si sería una crónica, un cuento, una queja, o simplemente una aburrida lección de gramática castellana. Pero el hecho es que me incomoda que SÓLO no lleve tilde.
Me gustaría escribir sobre lo raro y obsesivo que resulta la superstición en personas que no creen en nada, o que creen que no creen. Hace dos días me descubrí angustiándome por no tener -como siempre- una cinta de colores rojizos con pequeñas cuentitas blancas atada a mi muñeca derecha. Un regalo que recibí de un amigo y que se a convertido en mi amuleto -por así decirlo- pues al notar que me faltaba pensé automáticamente en la posibilidad de que la suerte (que todavía no tengo) se vaya. 
Pensé en que este año ya se acaba y aún cuando no pueda entender que tiene que ver un calendario occidental y cristiano con las creencias andinas, yo ya había hecho mi pago a la tierra, con este mismo y querido amigo, le había pedido suerte, dinero, amor y trabajo para el año que viene y además había quemado y enterrado el paquetito en el jardín de la casa de mamá. Pensé también, por alguna razón, que no tener esa pulsera conmigo, iba a desbaratar todo este hechizo. 
Y no son sólo deseos inconscientes de tener a quién (o a qué) culpar sin las cosas salen mal. Es, también, tener ganas de jugar a la magia.

...
Me gusta escribir, que es mejor que hablar sola, y como nunca nadie va a pagarme por hacerlo y yo tampoco podré volver a pagar a alguien para que me escuche, entonces creo nefelíbatas.